Al
pretender realizar un análisis estadístico cuantitativo sobre el número de
mujeres víctimas reales que están siendo maltratadas en cualquiera de sus
expresiones por sus parejas o ex parejas hombres en la actualidad en nuestro
país, resulta cuanto menos complicado conocer datos generales al existir un
gran número de mujeres que padecen la característica más extendida y peligrosa
de este tipo de violencia, como es su padecimiento en el más absoluto de los
silencios, haciendo que la labor de silenciar su maltrato se convierta en unas
de sus obsesiones diarias, llegando a superar en ocasiones la obsesión que
produce el hecho en sí del maltrato que padecen.
La mujer se siente
avergonzada, culpable, generadora de las causas que deparan en la violencia que
padece, creyendo que socialmente el descubrimiento de su situación de maltrato
le reportara más inconvenientes que ventajas. La cifra negra de este tipo de
víctimas es notablemente superior a la de otro tipo penal que se da en nuestra
legislación, generando este hecho un desconocimiento fehaciente sobre el número
de mujeres que son víctimas de la violencia machista en nuestro país, previendo
que la cifra pueda oscilar rondando el medio millón de mujeres.
No cabe duda que la repercusión social que genera la posible cifra de mujeres que pueden estar siendo maltratadas en manos de su pareja, depara en terminar, si quedase alguna secuela aún, con la privacidad e intimidad que durante años se le ha querido instaurar a este tipo de violencia machista, convirtiendo esta lacra en uno de los mayores problemas sociales que padece nuestro país, el resto del continente europeo y a nivel mundial, incidiendo en las culturas donde esta clase de violencia no está perseguida legalmente sino todo lo contrario aceptada moralmente, recordemos que para que una conducta pueda ser reprochada legalmente antes tiene que estar reprochada socialmente.
No cabe duda que la repercusión social que genera la posible cifra de mujeres que pueden estar siendo maltratadas en manos de su pareja, depara en terminar, si quedase alguna secuela aún, con la privacidad e intimidad que durante años se le ha querido instaurar a este tipo de violencia machista, convirtiendo esta lacra en uno de los mayores problemas sociales que padece nuestro país, el resto del continente europeo y a nivel mundial, incidiendo en las culturas donde esta clase de violencia no está perseguida legalmente sino todo lo contrario aceptada moralmente, recordemos que para que una conducta pueda ser reprochada legalmente antes tiene que estar reprochada socialmente.
Gracias
a la labor desempeñada en estos últimos años en nuestro país de una forma
multidisciplinar, ahondando en cada una de las causas que son generadoras de
esta clase de violencia, se ha conseguido que gran parte de la sociedad española asuma que esta clase
de maltrato es un reducto social del que todos somos culpables, por producirla
o por permitir su producción. Cada día es más común que el género femenino
interiorice los recursos y habilidades sociales y culturales adecuados para
poner fin a las situaciones de maltrato incipientes en sus relaciones, que se
producen por razón de la imposición de la cultura machista, logrando que en la
actualidad se haya conseguido equiparar más esa paridad entre ambos géneros, quedando la idílica
consecución de la paridad real y absoluta muy lejos de los alcances conseguidos
hasta la fecha.
Una de las consecuencias positivas que se ha conseguido es
reducir de una forma considerable el tiempo que en nuestros días una mujer
aguanta una situación de maltrato por parte de su pareja hombre.
Es
importante analizar la idiosincrasia del concepto de desigualdad tal y como se
conoce y aplica en la sociedad actual, por lo menos en la española. La desigualdad
radica en el trato que se brinda a quien se le tacha de desigual, pero este no
tiene porque ser siempre negativo, en ocasiones la propia desigualdad sustenta
el hecho diferenciador que sirve de justificación objetiva y razonable para un
trato dispar. Realizar un trato reprochable a nivel moral se da cuando se trata
igual a los desiguales o desigual a los iguales, este juego de palabras engloba
en sí mismo la verdadera génesis del problema de la igualdad y a su vez la solución.
Sería conveniente interiorizar globalmente que
los géneros, el masculino y el femenino
no son iguales en determinados aspectos; biológicos, genéticos,
personales, etc, por lo que es lógico pensar que exista cierta desigualdad
justificada respecto de estos hechos, pero si son iguales en otros muchos,
principalmente los derivados de cuestiones que se generan del proceso
socializador, por lo que bajo ningún concepto tienen cabida la desigualdad
injustificada que emana de los reductos culturales y sociales de las sociedades
patriarcales que moldearon la estructura de las relaciones de poder entre ambos
géneros.
El fin del sexismo dimanante de los sistemas patriarcales será el comienzo del fin de la violencia por razón de GÉNERO.
El fin del sexismo dimanante de los sistemas patriarcales será el comienzo del fin de la violencia por razón de GÉNERO.
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