"Se llamaba Halima y tenía dos niños. El pasado 22 de abril, fue ejecutada de un disparo ante una turba de 300 personas en una aldea de la provincia de Badgis, al noroeste de Afganistán. Su crimen: ella, una mujer casada, se había fugado con uno de sus primos durante 10 días. Aunque su marido había emigrado a Irán dejándola en su país, el veredicto fue inmediato: adulterio, y la condena, implacable. El verdugo conocía muy bien a la víctima, era su padre".
Si existe un territorio donde las mujeres son tratadas y utilizadas como mercancía al servicio del "macho" dominante, ese es Afganistán.
Cuando uno
habla de VdG en países occidentales, piensa en multitud de mujeres que padecen
malos tratos en manos de sus parejas hombres, en la desigualdad real que se
encuentra el género femenino para integrarse en una sociedad pensada y
desarrollada por el hombre, hecha a su antojo, imponiendo las normas legales y
morales que les benefician y les perpetuán el control del funcionamiento político,
económico y social, no explicito pero implícito
en la interacción entre géneros.
Cuando uno
habla de países de los denominados como “islámicos”, donde la religión
imperante es el Islam, se encuentra que la VdG adquiere otra magnitud, una
relevancia y brutalidad muy distante a la occidental.
Cada víctima de
una desigualdad ante el género contrario por pertenecer al femenino, cada
insulto, vejación, humillación, amenaza, agresión, asesinato…, etc, que padece
una mujer por el hecho de ser mujer, es indignante para quien nos consideramos semejantes
en derechos, libertades y obligaciones respecto al género al que no
pertenecemos, no nos consideramos iguales porque no lo somos, ni queremos
serlo, ni ellas por ser mujeres ni nosotros por no serlo.
Pero cuando uno
es testigo impasible de la desidia de una sociedad, no territorial, sino
mundial, que permanece en la anomia consintiendo las atrocidades que en el
nombre de una religión se están llevando a cabo contra la mitad de sus
miembros, contra quienes podrían haber sido nuestras madres, hermanas o hijas,
uno empieza a dudar de la moralidad de una raza, la humana, teóricamente racional,
donde en nombre de ese raciocinio desvirtuado por intereses patriarcales, se
mutila, apalea, ahorca, asesina a quienes se considera inferiores, súbditas, esclavas,
objetos…
El hombre
tergiversa la realidad en pro de asentar su hegemonía en la tierra como género,
desvirtúa culturas, impone tradiciones, modifica religiones (incluso las crea),
como claro ejemplo de barbarie humana tenemos este país, Afganistán, un pequeño
territorio donde un género, el
masculino, posee derechos fundamentales, lógicos, mientras que su otra mitad,
la que mantiene mediante la procreación biológica dicho país, dicha cultura,
dicha religión, se ve avocada al ostracismo social, al sufrimiento diario, a la
invisibilidad impuesta.
En Afganistán
las mujeres no cuentan con ningún tipo de derechos reales, a efectos de
inspecciones extranjeras se maquillan para minimizar tal barbarie, la cultura Talibán
que impera en este territorio se ha encargado de que el 85% de las mujeres
afganas sean analfabetas (para alejarlas de las pretensiones igualitarias), ha
agredido sexualmente a un porcentaje similar de mujeres (para recordarlas quien
ostenta el poder), esconde a las mujeres tras indumentarias vejatorias (Hiyab,
Burka, Niqab, Sheyla, Chador) para impedir su visualización, para conformar
objetos de similares características físicas, para arrancarlas su impregna
personal, para convertirlas en fantasmas vagando por tierra hostil…
El adulterio de la mujer está castigado con la muerte, generalmente
mediante ejecución pública, a menudo cuando una mujer confiesa haber sido
violada, es acusada de “adulterio”.
El
apaleamiento, la decapitación, el ahorcamiento, el fusilamiento público de
mujeres en Afganistán es práctica común, resultando acto de celebración en el
territorio donde se practica, aglutinando a multitud de “hombres” ávidos de
potenciar su hegemonía patriarcal, aún resultando ser mediante la humillación
más cruel, no ya a la mujer víctima, que por supuesto, sino a la raza que
representan, a la humana.
No concibo una
sociedad mundial alejada de la realidad existente y tristemente común, no
entiendo el pasotismo de quienes tienen que velar por la dignidad de las
personas, por la vida de las mismas, sea cual sea su género, su etnia, su
color..etc.
Hace no muchos
años una potencia mundial como EEUU, movilizo gran parte de recursos humanos y
técnicos para atacar un país que “teóricamente” contaba con armas de
destrucción masiva, ese país era Irak, vecino de ideología y religión de Afganistán,
Pakistán, etc. Aún contando con mi más absoluta repulsa cualquier acto bélico
que sesgue o pueda sesgar la vida de una persona, sea civil o militar, me
resulta curioso que se reconociera que se habían equivocado, que en este
territorio no había armas de destrucción masiva, evidentemente no se pararon a
contar las mujeres muertas en manos del sistema patriarcal de ese y otros países
de la periferia, sino tal afirmación no hubiese estado tan ajustada a la
realidad…
Cada persona
debe de interiorizar la realidad cruel e impuesta que padecen millones de
mujeres en este mundo, que por suerte o más bien por desgracia, nos ha tocado
compartir. Seamos conscientes de ello y en la medida que esté a nuestro alcance
mediemos para intentar cambiar las culturas y sociedades con sistemas y religiones
patriarcales que potencian la desigualdad entre géneros; humillando, sometiendo
e incluso matando a la mujer por el grave “delito” de ser MUJER.
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